Difícilmente se puede comparar el pasado
con el presente sin caer en errores y mas cuando hablamos de personas, pueblos
o sociedades. Hablar del pasado en muchos conlleva a la melancolía y hasta se
habla de mejores tiempos pero en la práctica todos esperamos a que nuestros pueblos puedan avanzar al mismo
ritmo en que avancen las ciencias y la tecnología.
Existen diversas razones para que los
pueblos tengan retrasos y hasta regresiones inimaginables que hacen a sus
pobladores miserables, suceden cosas difíciles de manejar y hasta imposibles de
controlar pero que inevitablemente hunden a un colectivo como un solo cuerpo sólido
donde nadie escapa.
Los venezolanos y otros tantos países vemos
con color de envidia y sabor a tristeza, como en otras latitudes los pueblos
crecen y se nos hacen ficción al llenarnos de maravillas que casi nos impide
abrir los ojos y mirar detenidamente nuestra realidad desgastada, abandonada y
con una herida enorme por donde se desangran la libertad, los derechos
fundamentales, la democracia y la misma vida. Ante tal panorama es lógico mantener esa mirada
con los párpados cerrados para cruzar esta verdad con aquel recuerdo que nos
permite tapar los huecos y las señales de deterioro de toda la estructura vial
y arquitectónica de nuestras ciudades, nos permite oír las frases más absurdas
que pudimos imaginar en un ensayo de locura pero convertirlas en las frases que
no aniquilen ese color verde de la vida que se llama esperanza.
Cuando se cierran los ojos, es evidente que
no se quiere ver a la actual República Bolivariana de Venezuela, la que hoy se
llama así porque gran parte de los venezolanos no querían ver a la República de
Venezuela, esa que era un país lleno de miseria, corrupción, inseguridad y
todos esos males que ya conocemos los de la cuarta y los de la quinta República,
logrando con ello distraer la conciencia y como borrachos se anda caminando y
pisando en una calle que se recuerda
asfaltada mientras unos huecos les tragan y les hacen perder el equilibrio, siguiendo
en el camino y pensando en no hacerse daño, escuchan caer la vida como en las películas
que no les gusta ver, peor que en los países en guerra practicando para la paz, llegando al hogar es
necesario apretar aún más los párpados y aumentar esa dosis de imaginación para
llenar la nevera y ligar a que el servicio eléctrico les permita conservar todo
hasta el otro día, ya fatigados es
inevitable abrir bien los ojos y darse cuenta de que Venezuela no está en la
imaginación, que ella existe así le cambien el nombre, que no murió cuando le
bautizaron nuevamente y que mientras se estaba distraído solo se permitía que
los bandidos le violaran y escondieran tras ese nuevo nombre, que la República
de Venezuela con todos sus males y defectos era el paraíso, que lo único malo
eran sus gobiernos y se tenía al alcance una estructura que hoy no existe
llamada Estado de Derecho, que hasta a un presidente se podía enjuiciar, que
como empleado a un patrón podía demandar, que si el pobre no compraba por lo
menos el rico si, que si el rico tenía más que todos no era malo pues el generaba empleos y sabía
hacerlo, que si acta mataba voto igual ganó un golpista porque el pueblo le
eligió, que teníamos el petróleo muy barato pero alcanzaba para todo y para ser
ejemplo en el mundo empresarial.
Creo que de continuar el párrafo anterior
la lectura seria infinita pero seguro estoy, de que en sus mentes pasan gran
cantidad de ejemplos que allí faltan y que concluyen la ilustración de una
República Bolivariana de Venezuela que solo supera en sus males a la República de
Venezuela.
Para terminar de convencernos de que la República
de Venezuela es nuestro país, había que vivir todo esto, para entender que el
gigante, comandante, chiquitico y pajarito no fue más que una pesadilla para
los demócratas del mundo y los venezolanos, que su único legado es su propio cáncer
convertido en presidente y que
rápidamente carcome como a sus vísceras a toda la dignidad del que le sigue sus
pasos, llevándose con ello la buena
imagen del venezolano y de nuestra querida República de Venezuela. Nuestras
mejores cifras son aquellas que ningún país desea tener y que la República de
Venezuela jamás tuvo, que hoy las metas a largo plazo no alcanzan las cifras pésimas
de mi República de Venezuela.
Creo que la lección está aprendida y que
hoy más que nunca los venezolanos sabemos quienes somos, que queremos, que ya no volveremos a cerrar los ojos, que Venezuela está alerta y que nuestro único
padre de la libertad de esta patria es Simón Bolívar.
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